LA ESPERANZA NO AVERGÜENZA, José
… y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
… Él [Abraham] creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.
Hace unos pocos días llamaba a un hermano muy amado y cercano, para felicitarle por su cumpleaños.
Mientras conversábamos se deslizó en mi mente un fugaz sentimiento de vergüenza y frustración, pensando en lo que él pensaría de mí, en cuanto a mi llamado.
Supongo que ello pudo ser debido a que, habiendo sido ministrado por mí hace muchos años, vino a Cristo y Él lo bendijo grandemente; pero, al no perseverar, perdió todas las bendiciones que le fueron prodigadas: liberación de ataduras y vicios, matrimonio, un embarazo largamente buscado… Entonces, cuando hablábamos, se justificaba en que algunas cosas que yo le había dicho no se habían cumplido.
“Después de 33 años, ¿dónde están tus sueños?” Pensé yo que él pensaría; ya que muchas veces me preguntaba por las palabras proféticas que me habían sido dadas, de las que tantas veces le hablé y que nunca acababan de cumplirse. Y algo de razón tenía, porque, entre otras cosas, algunas veces añadía mis propios presagios, que resultaron ser solo deseos, simples presunciones que hacemos para apantallar, y que, por bocazas, luego nos pasan factura. Sin embargo, aunque en esta ocasión no hablamos de ello, ese pajarito voló por mi mente de todas formas.
Es una mala, vana y frustrante estupidez tratar de adivinar lo que otros puedan pensar acerca de nosotros. Muchas veces pretendemos esquivar la vergüenza u oprobio de la cruz, tratando de justificar por nosotros mismos las demoras de Dios en nuestros llamados, ante aquellos a los que un día pregonamos lo "grandioso de nuestro llamado" y todavía nos ven "en la cuneta del camino".
En este mundo cubierto con un velo más tenebroso que el de los días de Noé y de Sodoma y Gomorra y después de años y años de espera en el Señor, a veces nos invaden pensamientos de desesperanza. Nos amedrentan cada día con noticias en las que vemos la soga de la horca de Amán cerrándose sobre nuestros cuellos y eso aun teniendo la certeza de saber que él fue quien acabó siendo el colgado en la horca que había construido para Mardoqueo.
Especialmente, al despertarnos, cuando todos nuestros huesos doloridos gritan que a la cartuchera de nuestra vida, salvo que seamos esa última generación que creemos ser, le quedan menos del veinticinco por ciento de los cartuchos y que, a nuestra edad, la muerte ya nos empieza a mirar cara a cara y cada vez sentimos más de cerca sus fétidas insinuaciones:
“¿Todavía vas a seguir esperando ese ministerio, no ves que ya te estás haciendo viejo? “Han pasado más de 30 años…, ¿dónde está tu llamado?” “Se te está agotando el tiempo”. “Tal vez pasarás a la historia como un soñador frustrado y tonto que no pasó de la oscura mediocridad y apenas consiguió nada”. “Cuando seas enviado ya no tendrás ganas ni fuerzas de ir a ningún lado”. “Los achaques empiezan a asomarse uno tras otro y como esto no empiece pronto quedarás inhabilitado”. “¿Será que habrás oído bien al Señor, o será que simplemente fuiste llamado a anunciar una visión que otros ejecutarán cuando tú ya hayas pasado?”…
Pensándolo bien, todas las anteriores insinuaciones no pasan de ser simples ñoñerías, si las comparamos con la hartura de esperar que le tocó en suerte a Abraham, nuestro padre de la fe. ¡Él, sí que esperó, en esperanza contra toda esperanza o probabilidad, hasta el punto de que su cuerpo y el de Sara ya estaban muertos para procrear!
Pero, ¡el milagro al fin llegó! Justo en el tiempo de Dios, cuando toda posibilidad natural y humana se habían agotado y solo cabía mirar temblorosamente hacia la capacidad sobrenatural del Altísimo. Ciertamente, él y Sara no quedaron avergonzados y, ciertamente, sus esperanzas no fueron cortadas. Ninguna de sus palabras cayeron a tierra (1º Samuel 3: 19).
Pero, ¡aleluya!, hoy mi esperanza y fe también fueron renovadas, pues su amor abundante fue derramado profusamente en mi corazón, mediante, no sólo dos o tres testigos, ¡sino de cuatro!
Me fue recordado que estamos entrando en el tiempo en que los segadores, los ángeles, se aprestan a recoger, primero, la cizaña (Mateo 13: 30). Esos son aquellos que destruyen la Tierra y devoran a sus moradores. Ellos serán despojados (Lucas 1: 53) y arrojados fuera a un severo bautismo de fuego. Sí, esos globalistas del Estado Profundo, que nos roban, matan y destruyen (Apocalipsis 11: 18) tienen un panorama muy negro por delante:
Santiago 5: 1 ¡Vamos ahora, ricos! LLORAD Y AULLAD POR LAS MISERIAS QUE OS VENDRÁN.
Tratando de borrar unas imágenes en mi móvil, Google Fotos rememoraba en la pantalla que hacía “un año desde” la visión, real, de un cisne blanco, en que el Señor nos anunció la llegada de la Doble Porción y el Último Gran Avivamiento.
Al cabo de un rato, mientras publicaba en el blog el último artículo del Dr. Stephen Jones sobre el nombre Yahweh-Zidkenu, en la habitación de al lado sonaba una vieja y amada canción titulada “A su Tiempo”. Con ella, muchos años atrás, adoraba en mis tiempos de alabanza y me trajo recuerdos nostálgicos de los tiempos más dolorosos, pero a la vez más milagrosos, de mis comienzos en la Senda Real o Camino de Santidad (Isaías 35: 8), después de haber dejado todo atrás para seguir al Maestro. Así dice la canción: “A su hora, en su momento, Dios hará todas las cosas a su tiempo. Y así me enseñará, que sus promesas cumplirá, a su hora, en su momento y a su tiempo…”. Más claro no se puede hablar, aunque no lo hilvané todo hasta la hora de mi paseo, cuando tantas veces me habla el Señor.
Sí, tuve que detener la escritura, levantar mis manos y unirme a la adoración, mientras su Presencia provocaba el deslizamiento de alguna lagrimita, como las de aquel entusiasmado enamorado de antaño, que lo sigue siendo, pero ya sin necesidad de moquero a todas horas. Así, en un pispás, despejaba el Padre las nubes de mi corazón.
Para abundar más en la confirmación de mi fe y mi esperanza, en mi paseo por la ribera pude ver la primera nidada de patitos de este año. ¡Nada menos que una orgullosa mamá pata con 11 diminutos polluelos! Sí, están pensando igual que yo, de este modo me recordaba el Señor que somos los jornaleros de la hora undécima, que no seremos olvidados, sino que seremos llamados en esta última hora.
No, no es que estuviera muy abatido, pero el Padre, conociendo los pensamientos, que a veces pretenden arrugarnos un poco, y previniendo males mayores, pues la esperanza demorada es tormento del corazón (Proverbios 13: 12), sin yo habérselo pedido, tuvo a bien renovar la mía con esos 4 óleos de consolación.
Oro al Dios de toda Consolación que ustedes sean también consolados por medio de esta consolación con la que yo fui consolado.
José
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