Audiolibro LOS DOS PACTOS-Cap. 3-4: Carne y Espíritu / La Semilla Elegida, Dr. Stephen Jones

 







Transcripciones:

Capítulo 3
CARNE Y ESPÍRITU

En Gál. 4: 22-26 Pablo compara los dos pactos con Agar y Sara. Agar era una esclava, mientras que Sara era una mujer libre. Cada una tuvo un hijo, el hijo de su matrimonio. Pablo dice que Ismael "nació según la carne", es decir, por medios naturales que normalmente se ven en la Tierra. Isaac, sin embargo, "había nacido según el Espíritu" y era un hijo "de la promesa".

Estas dos esposas y sus hijos presentan una alegoría sobre los dos pactos. Ninguno de los dos debía ser despreciado, por supuesto, pero sin embargo debemos reconocer la verdad que Dios intentaba transmitirnos


Los hijos de la carne

Todos fuimos engendrados por un padre terrenal y nacimos según la carne cuando nuestras madres nos dieron a luz en el mundo. Abraham, Israel, David, Isaías, y los discípulos, incluso Jesús nacieron según la carne. Adán mismo, aunque nació como un "hijo de Dios" (Lucas 4: 38) se volvió carne cuando pecó y podía engendrar solamente hijos según la carne.

Jesús, sin embargo, nació por la promesa y fue el unigénito Hijo de Dios, teniendo un Padre celestial. Por ser nacido de Dios y nacido de una virgen, Él era único. Por otra parte, Juan 1: 12 dice,

12 Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre, 13 que nacieron [fueron engendrados] no de la sangre (linaje), ni de la voluntad de la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Como Jesús, así también somos capaces de ser engendrados por el Espíritu. Juan dijo que no necesitamos seguir siendo hijos de la carne. Los que aceptan a Jesús como el Cristo y como el Mediador del Nuevo Pacto tienen el derecho de ser hijos de Dios, así como Jesús era Hijo. La principal diferencia entre nosotros y Jesús, sin embargo, es que hay que hacerlo mediante un proceso de adopción, porque ya nacimos como hijos de la carne. Ningún hombre, que tiene dos padres terrenales o que haya nacido "de forma natural" es hijo de Dios.

Por lo tanto, para nosotros, es un evento secundario convertirse en un hijo de Dios. Tenemos que ser engendrados por el Espíritu y, después de un tiempo de embarazo, nacer por segunda vez.

El Antiguo Pacto, representado por Agar, sólo puede producir hijos de la carne. Para Agar, su hijo era el elegido. Es decir, el Antiguo Pacto ha escogido a los hijos de la carne para ser el pueblo escogido de Dios. Esto se extiende mucho más allá de los hijos físicos de Israel. Incluye a todos los que han nacido de la carne por el parto natural, pues los israelitas naturales eran una "multitud mixta" (Éxodo 12: 38), todos los cuales estuvieron bajo el Antiguo Pacto en Horeb, cuando proclamaron su voto de obediencia.

Todos ellos, independientemente de su origen étnico, tenían en común haber nacido según la carne. El Antiguo Pacto, entonces, "eligió" alcanzar la salvación por el cumplimiento de su promesa a Dios, como Agar había elegido a su hijo Ismael para ser la simiente prometida de Abraham.

El problema era que esto no debía ser. Así como Ismael no podía cambiar las circunstancias de su nacimiento (por la carne a por la promesa), tampoco puede ningún hijo de la carne convertirse en un hijo de la promesa por parto natural. Por mucho que la carne se esfuerce en cumplir su promesa a Dios, siempre falla al final.


El camino alternativo

La manera de ser "elegido" debe ser por un camino diferente. Esa segunda ruta se manifiesta por el Nuevo Pacto, que tiene sus raíces en las promesas de Dios. El voto (juramento) que Dios hizo a todas las personas en Deut. 29: 10-15, fue modelado según la promesa que Dios hizo a Abraham, Isaac y Jacob (y a otros). Ser elegido era por elección de Dios, como se ve en la ilustración de Jacob y Esaú. Rom. 9: 11-13 dice:

10 Y no sólo esto, sino que también Rebeca, cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac; 11 porque cuando los mellizos aún no habían nacido, y no habían hecho ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama, 12 se le dijo a ella: "El mayor servirá al menor". 13 Así como está escrito: "A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí".

Esto a menudo se ha aplicado mal, porque los hombres carnales todavía quieren que Dios elija a los hijos de la carne. Por lo tanto, ellos interpretan la declaración de Pablo en el sentido de que Dios rechazó al carnal Esaú sólo para elegir al carnal Jacob. Esta interpretación no resuelve nada, porque todavía mantiene la opinión del Antiguo Pacto de que la carne es elegible. Se defiende la tesis de que "mi carne es mejor que su carne".

Si nos remontamos unos pocos versículos, vemos lo que Pablo estaba diciendo en realidad. Rom. 9: 6-8 dice:

6 Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque todos los que descienden de Israel no son israelitas; 7 ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino: "A través de Isaac tu descendencia será nombrada". 8 Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son los considerados como descendientes.

Así que Pablo interpreta esto en el versículo 8, diciendo que no es que el carnal Isaac fue escogido mientras el carnal Ismael no lo fue, sino que "no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios". En otras palabras, la historia de Isaac e Ismael era una alegoría, como Pablo la llama en Gál. 4: 24. El hecho de que Isaac fuera concebido de una manera sobrenatural, cuando su padre tenía 100 años revela el significado de la alegoría. Aunque Isaac, al final, nace de forma natural de dos padres, él representa que se necesitó un acto sobrenatural de Dios para engendrar y dar a luz a los "hijos de la promesa".

El propio Isaac no podía realmente ser concebido por el Espíritu Santo, porque si esto hubiera ocurrido, entonces Jesús no habría sido el "unigénito" Hijo. Habría habido dos hijos literalmente engendrados por Dios. Así que la Escritura sugiere esta verdad en forma alegórica al ser similar a la del nacimiento virginal de Cristo y nos enseña el principio de ser divinamente engendrados.

Ese principio muestra que todos los hijos de la carne están bajo el Antiguo Pacto, porque son hijos de Agar, alegóricamente hablando. Por el contrario, los hijos de Dios están bajo el Nuevo Pacto y son hijos de Sara, alegóricamente hablando. De éstos, Pablo dice en Gálatas 4: 28,

28 Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa.

La intención de Pablo no era decir que los gálatas eran descendientes carnales de Isaac, sino que su fe en Cristo, el Mediador del Nuevo Pacto, les había hecho "como Isaac". Su condición de "hijos de la promesa" no tenía nada que ver con su carne, sino con el Espíritu Santo engendrando a Cristo en ellos.


Echa fuera a los hijos de la carne

La conclusión de Pablo se da a continuación en Gál. 4: 30-31

30 Pero ¿qué dice la Escritura? "Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la sierva no será heredero con el hijo de la libre". 31 Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre.

Luego Pablo amonesta a los creyentes de Galacia a no volver al Antiguo Pacto, devolviéndose al judaísmo. Gál. 5: 1 dice:

1 Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.

La naturaleza de esa esclavitud es evidente en que el Antiguo Pacto requiere a la gente jurar obediencia a fin de ser salvos. Mientras que tal voto es admirable e incluso necesario, como expresión de la voluntad de solo seguir a Dios, siempre está condenado al fracaso.

Los votos colocan una obligación sobre el que hace los votos. Si un voto se puede guardar (o pagar), entonces uno puede vencer la esclavitud de un voto. Pero ningún hombre, aparte de Jesús mismo, ha sido capaz de guardar la Ley perfectamente. El resto de nosotros que dependamos de nuestro voto (o el voto de nuestros antepasados en Israel) nos encontraremos esclavizados por la Ley a causa de nuestra desobediencia. El Antiguo Pacto, entonces, sólo puede traer esclavitud.


¿Puede el Antiguo Pacto anular el voto de Dios?

El Nuevo Pacto nos muestra un camino diferente. Dios por su propia voluntad hizo un voto o juramento de hacernos su pueblo, es decir, de salvarnos. Esto se ve en la primera vez que la palabra "pacto" se usa en la Escritura, en la que Dios hizo un pacto con toda la Tierra en el tiempo de Noé. Cuando ese pacto se le dio a Noé para que quedara registrado y que pudiéramos aprender de él, Noé no estaba obligado a prometer nada a cambio. De hecho, la propia Tierra no estaba obligada a hacer un voto a Dios. Dios tomó toda la responsabilidad de salvar la Tierra.

Lo mismo ocurrió cuando Dios hizo el Segundo Pacto con Israel y con los extranjeros entre ellos, e incluso con todos los otros que no estaban presentes (Deut. 29: 10-15). Dios prometió hacerlos su pueblo y ser su Dios, y este voto se situó por encima de cualquier respuesta humana. Dios asumió la responsabilidad de que esto sucediera. Las personas que oyeron acerca de este juramento divino pudieron haberse mirado el uno al otro y decirle: "¿Cómo podrá hacer eso, viendo que mi carne es incapaz de plena obediencia? ¿Podrá Él anular la voluntad de mi carne? ¿Podrá Él realmente transformarme mí, y a todos nosotros, en su pueblo?"

La respuesta es SÍ. Dios es más poderoso que la carne. Su voluntad es más fuerte que la voluntad del hombre. Él es todopoderoso. Él tiene la sabiduría para saber cómo hacerlo y cómo superar toda la oposición de las voluntades de los hombres. Él estaba motivado por el amor al hacer tal voto. Aunque la mayoría de las personas (incluso las cristianas) les resulta difícil creer que Dios tiene la capacidad de cumplir su voto, pero ni aún su falta de confianza puede anular la promesa de Dios.

La religión carnal se trata de ser salvados por el poder de la carne y por la voluntad del hombre. No se puede alcanzar la justicia por esos medios. El concepto hebreo de justicia tiene sus raíces en la propia capacidad de mantener la palabra, es decir, de cumplir con sus votos. Nuestros votos de Antiguo Pacto siempre fracasan, porque la carne es incapaz de cumplir con nuestras buenas intenciones. Pero Dios es justo, porque su juramento del Nuevo Pacto es más que una buena intención. Él es realmente capaz de hacer lo que dice que va a hacer.

Sí, Él salvará a todo el mundo, por eso fue que Jesús murió en la Cruz (1ª Juan 2: 2). Pero esto, establecido en el plan divino, y profetizado en la Ley, los Profetas, los Salmos, y en el Nuevo Testamento, tomará tiempo. El Antiguo Pacto no tiene poder para invalidar la promesa de Dios. Pablo dice en Gálatas 3: 17,

17 Lo que digo es esto: La ley, que vino cuatrocientos treinta años después [después de la promesa a Abraham], no invalida un pacto previamente ratificado por Dios, así como para anular la promesa. 18 Porque si la herencia estuviera basada en [la propia capacidad para mantener la] ley, ya no se basaría en una promesa; sino que Dios se la concedió a Abraham mediante una promesa.

Pablo nos estaba diciendo que el Pacto Abrahámico -que es el Nuevo Pacto- fue 430 años antes del Antiguo Pacto bajo Moisés. El Nuevo Pacto es anterior al Antiguo Pacto. El pacto previo hecho con Abraham tiene prioridad sobre el pacto posterior (en Éxodo 19) bajo Moisés. El pacto posterior no puede anular el pacto anterior.

Así también, aquello que Dios estableció por su promesa, al margen de la voluntad del hombre mucho antes de que naciéramos, no puede ser frustrado por nuestra incapacidad para mantener nuestro juramento al Pacto Antiguo que hicimos después.


Las limitaciones del Juicio Divino

Muchos han atribuido más poder al Antiguo Pacto que al Nuevo. Creen que la rebelión del hombre contra Dios y el pecado impedirán a Dios salvar a la gran mayoría de la humanidad. Ellos tratan de probar su posición al mostrar cómo la mayor parte de la humanidad muere sin fe en Jesucristo. ¿Pero puede la muerte causar que la promesa de Dios falle?

Estos puntos de vista suponen que la muerte es el fin de la cuestión. Citan Heb. 9: 27, "que está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio", y luego interpretan esto como una fecha límite divina. Pero el versículo no dice que la muerte sea una fecha límite para la salvación divina.

El juicio del Gran Trono Blanco es el lugar donde la mayoría de la humanidad recibirá la revelación de Dios y de Cristo. Es cierto que todavía serán juzgados según sus obras (Apocalipsis 20: 12), pero este no será el final de la historia. La muerte no asegura el fracaso de Dios en cumplir su promesa. En cambio, Dios usará el juicio para Restaurar Todas las Cosas y para enseñar a los pecadores sus caminos.

Isaías 26: 9 dice, "cuando la tierra experimenta tus juicios, los moradores del mundo aprenden justicia". El Lago de Fuego no es un pozo de fuego, sino el juicio por la "Ley de Fuego" (Deut. 33: 2 KJV). La Ley no prescribe la tortura, sino la restitución, y todo pecado es juzgado por medida proporcional, "ojo por ojo, diente por diente" (Éxodo 21: 24). Ningún hombre puede cometer tantos pecados que justificaran un castigo sin fin. En cambio, la Ley exige límites a juicio.

El juicio está limitado por la Ley del Jubileo, en donde toda la deuda y la responsabilidad por el pecado se cancela en un tiempo determinado. Incluso el juicio por delitos menores se limita a cuarenta latigazos (Deut. 25: 3). Esta es la Ley por la cual Dios juzgará a toda la Tierra.

En su sabiduría, Dios estableció la Ley para reflejar su propio carácter de amor. Esto incluye todas las sentencias o juicios de la Ley. Se limita el juicio con el fin de poder cumplir con sus votos. Todos los pasajes que hablan de "juicio eterno" son malas traducciones de la palabra hebrea olam y la palabra griega aionian. Estas palabras no significan "eterno", sino un período indefinido y desconocido de tiempo, es decir, una Edad. Para un estudio al respecto, véase mi libro, Los Juicios-Sentencias de la Ley Divina, el capítulo 5 (en castellano: http://josemariaarmesto.blogspot.com/2018/01/libro-las-sentencias-juicios-de-la-ley.html).

La Ley del Jubileo hace posible que Dios cumpla su promesa del Nuevo Pacto. El juicio de la Ley sobre los pecadores se basa en el Antiguo Pacto, y juzga a todos los hombres por las obras, o la falta de obras, a menos que, por supuesto, ellos basen su salvación en el Nuevo Pacto por la fe en Jesucristo.

La pregunta, entonces, es cómo la promesa de Dios en el Nuevo Pacto funciona en realidad en nosotros para hacernos hijos de Dios. No sólo el interés por el alcance de la salvación nuestra, sino también por la manera en que se lleva a cabo.

Como veremos, no es por la concepción humana, sino por la capacidad del Espíritu Santo para engendrar a Cristo en nosotros. Cristo es engendrado en pocos durante este tiempo de la vida, pero en el Gran Trono Blanco, al resto de la humanidad se le dará así mismo el don de la fe a través de la revelación de Dios en ese momento, para que ellos también puedan ir a través de la misma formación y disciplina de hijos, que nosotros mismos hemos experimentado en nuestro tiempo de vida.


Capítulo 4
LA SEMILLA ELEGIDA


El "Pueblo Elegido" del Nuevo Pacto son los hijos que son engendrados de Dios por la acción del Espíritu Santo a través de la "semilla" de la Palabra (evangelio). Esto está en contraste directo con el pueblo elegido del Antiguo Pacto, que fueron engendrados por meros hombres.


El testimonio de Pedro

Pedro, Pablo y Juan entendieron bien esta distinción, pero por alguna razón muchos cristianos de hoy no parecen tener mucha comprensión de la misma.

1ª Pedro 1: 22 dice,

22 Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificando vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos con ferviente amor [ágape] unos a otros de corazón puro,

¿Por qué? ¿Cómo obtenemos el ágape, el amor de Dios?

23 porque habéis nacido de nuevo [anagennao, "engendrado de nuevo"], no de simiente corruptible [mortal], sino de incorruptible [inmortal], es decir, a través de la palabra viva y permanente de Dios.

Pedro no estaba hablando del nacimiento sino del engendramiento. La "Semilla" no es necesaria para dar a luz, pero es un ingrediente necesario para la concepción, o engendramiento. La palabra griega gennao puede variar de significado, dependiendo del contexto. Cuando se aplica a un hombre, significa "engendrar". Cuando se aplica a una mujer, significa "dar a luz". Aquí Pedro habla de semilla que engendra.

La semilla inmortal es "la palabra de Dios que vive y permanece". Esto se contrapone a la semilla mortal por la cual fuimos engendrados por nuestros padres terrenales. La semilla mortal, aunque plantada a través del amor, sólo puede engendrar hijos de la carne, que son tan mortales como sus padres. Por el contrario, Pedro dice que los creyentes fueron engendrados por segunda vez a través de la semilla inmortal, que es la Palabra de Dios.

El contraste entre las dos semillas se ve aún más en 1ª Pedro 1: 24-25,

24 Porque "toda carne es como la hierba, y toda su gloria como la flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae, 25 pero la palabra del Señor permanece para siempre". Y esta es la palabra que os ha sido anunciada.

Los hijos de la carne, nacidos de la semilla mortal, son como la hierba y las flores. La hierba es buena, pero se marchita. Las flores pueden ser muy bellas, pero soportan sólo por un corto tiempo. De ahí también que los hijos carnales, a pesar de lo hermosos que son, finalmente mueren como las flores y la hierba. Pero los hijos espirituales, aquellos engendrados por la semilla viva de la Palabra, no mueren.

Todos hemos sido engendrados por semilla mortal. Esta es la naturaleza de nuestra carne, independientemente de nuestra genealogía o etnia. Esa carne es mortal y no puede soportar la prueba del tiempo. Sólo cuando la Palabra inmortal de Dios engendra un hombre de la Nueva Creación dentro de nosotros podemos dar a luz a un hijo inmortal de Dios.

Los hijos de la carne, es decir, aquellos cuerpos que fueron engendrados por semilla mortal y nacieron a través de la normalidad del parto, fueron elegidos por el Antiguo Pacto para ejercer su voluntad para hacer la voluntad de Dios. Ellos fueron elegidos para tratar de alcanzar la inmortalidad por la obediencia. Su justicia se basaba en su capacidad para mantener el voto al Antiguo Pacto, que es, por su propia voluntad, por su buena intención, y por sus propias obras. Dios siempre da a la carne, la primera oportunidad de tener éxito, pero su verdadera intención es enseñarnos que "toda carne es como la hierba", y que la carne siempre fallará al final.

Los hijos de Dios, aquellos engendrados por la semilla inmortal de la Palabra de Dios que vive y permanece, son el pueblo escogido del Nuevo Pacto. Estos hijos tienen una nueva identidad, si es que se identifican con ese hombre nuevo. Todos debemos hacernos la antigua pregunta: "¿Quién soy yo?" ¿Soy el hijo de la carne que mi padre engendró y mi madre dio a luz? ¿O soy el hombre de la Nueva Creación, el hijo del Espíritu que fue engendrado por Dios?


El testimonio de Juan

Juan dijo en Juan 1: 12,13,

12 Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen [tienen fe] en su nombre, 13 que nacieron [gennao, "fueron engendrados"] no de la sangre (linaje), ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

En otras palabras, por la fe en Cristo tenemos el legítimo derecho de ser hijos de Dios. Mientras que los hijos carnales son engendrados por la voluntad de los impulsos carnales, o por la voluntad de los hombres que deciden impregnar a sus esposas, los hijos de Dios son engendrados por la voluntad de Dios. En otras palabras, Dios es el Padre de sus hijos. El contraste es evidente.

Más tarde, en Juan 3: 6-7, leemos lo que Jesús le dijo a Nicodemo, un prominente rabino y miembro del Sanedrín,

6 Lo que es engendrado (gennao) de carne, carne es; y lo que es engendrado (gennao) del Espíritu, espíritu es. 7 No te asombres de que te haya dicho: "Debes ser engendrado [gennao] de nuevo".

Es obvio que el engendramiento carnal sólo puede producir descendencia carnal, y el engendramiento espiritual sólo puede producir descendencia espiritual. Sin embargo, Nicodemo era ignorante de esto, tal vez porque no tenía conocimiento de la manera en que Jesús fue engendrado por Dios. No tenía marco de referencia, porque el judaísmo no enseñaba estas cosas, ni el Antiguo Pacto se ocupó de tales asuntos.

La Primera carta de Juan expone más sobre este tema de los hijos de Dios. 1ª Juan 3: 1 dice:

1 Ved qué gran amor que el Padre nos ha dado, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos …

Cada creyente es un hijo del amor de Dios, nacido del Padre celestial. La fe en Jesús hace que la semilla del Padre sea recibida por el huevo del alma-madre. Esa unión inicia el crecimiento hasta que el nuevo hombre alcanza su plena madurez en el nacimiento. Del proceso de maduración se habla como de purificación. 1ª Juan 3: 3-6 dice,

3 Y todo aquel que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley (practica la anarquía); pues el pecado es anarquía (infracción de la Ley). 5 Y sabéis que Él se manifestó para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él. 6 Todo aquel que permanece en Él, no continúa pecando; todo aquel que continúa pecando, no le ha visto, ni le ha conocido.

Es lamentable que los traductores de la Biblia son a menudo muy ignorantes de las mismas Escrituras que traducen. La mayoría no conoce el mensaje del Hijo, y sus traducciones reflejan sus propias ideas falsas.

Los versículos anteriores no contrastan a los creyentes con los incrédulos, sino que distinguen entre el viejo y el nuevo hombre dentro de nosotros. La forma en que estos versículos son traducidos puede fácilmente dar la impresión de que todos los verdaderos cristianos están sin pecado. "Nadie que permanece en pecado está en Él". De hecho, algunas denominaciones en realidad enseñan esto, poniendo una gran presión sobre sus miembros para que demuestren su salvación siendo perfectos.

Juan no estaba hablando de los creyentes en general, sino de la nueva creación, del hombre nuevo dentro de cada creyente. Ese hombre nuevo dentro es la entidad que no peca. Y es sólo por identificarnos con ese nuevo hombre que se dice que "nosotros" no pecamos. Por desgracia, nuestra carne sigue al pecado, a pesar de que lo tratamos de contener por medio del Antiguo Pacto.

Así que 1ª Juan 3: 6 debe ser entendido como lo que significa: Nadie, es decir, el Hombre de la Nueva Creación, que mora en Él, peca; por el contrario, nadie, es decir, el viejo hombre de carne, que peca lo ha visto o lo conoce. Conocer, por supuesto, tiene una connotación secundaria en el idioma hebreo, indicando un acto sexual. Por ejemplo, Génesis 4: 1 dice: "Y Adán conoció a Eva, su mujer, y ella concibió"

Juan usa esta misma terminología para sugerir una concepción espiritual mediante conocer a Dios.

En 1ª Juan 3: 9 el pensamiento continúa,

9 Ninguno que es engendrado [gennao] de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es engendrado [gennao] de Dios.

En otras palabras, el hombre de la Nueva Creación dentro de todos los que tienen fe en Cristo es incapaz de pecar, porque la simiente de Dios permanece en él. Por la misma razón, Jesús, el Hijo patrón, era sin pecado. Haber nacido de una virgen, no habiendo tenido un padre carnal, significa que la semilla de Dios permanecía en Él. Él era el modelo para todos los que han experimentado el segundo engendramiento, que también culminará con el segundo nacimiento en el cumplimiento de los Tabernáculos.

Algunos cristianos entienden mal esto, y enseñan que nadie es un verdadero cristiano a menos que sea sin pecado. Al interpretar esto a través de los ojos del Antiguo Pacto, pierden todo el sentido de la discusión de Juan y ponen a las personas en esclavitud. Es el Hombre de la Nueva Creación el que es sin pecado, no el hombre carnal que fue engendrado por padres terrenales.


El testimonio de Pablo

Pablo dice en 1ª Cor. 4: 15 (The Emphátic Diaglott),

15 Porque aunque vosotros podéis tener millares de líderes en Cristo, sin embargo, no muchos padres; porque en Cristo yo os engendré a través de las buenas nuevas.

Pablo entendió que estaba actuando en nombre de Cristo, cuando él entregó el evangelio a los Corintios. Por ese evangelio, o "buenas nuevas", engendró a Cristo en ellos. El resultado de este engendramiento se ve en Col. 1: 27, que habla de "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Aquí él llama al Hombre de la Nueva Creación "Cristo en vosotros". Esta es la santa semilla de la que Juan dio testimonio. Es la semilla inmortal de la Palabra viva de la que Pedro testificó.

Pablo expone extensamente sobre la diferencia entre el hombre carnal y el Hombre Nueva Creación en Romanos 7. Allí se muestra la forma en que se había identificado con el hombre espiritual, pero también la forma en que todavía tenía que lidiar con el hombre carnal. Rom. 7: 15-17 presenta este pasaje, diciendo:

15 Porque lo que yo [es decir, mi carne] estoy haciendo, yo [mi verdadero yo, el hombre espiritual] no lo entiendo; porque yo [mi carne] no practico lo que me [a mi espíritu] gustaría hacer, sino que yo [mi carne] estoy haciendo lo que odio. 16 Pero si yo [mi carne] hago lo que [mi espíritu] no deseo hacer, [mi espíritu] está de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. 17 Así que ahora, ya no soy yo [mi espíritu] el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.

Pablo describe el conflicto entre sus dos "yoes". Anteriormente, en Rom. 6: 6 él llama al carnal "Yo" con el término "viejo hombre" (KJV), o, en la NASB traducido, "el viejo yo". Pablo claramente se identificó a sí mismo no como el viejo, sino como el hombre nuevo que ha sido engendrado por Dios. Él dice que si peca, no es el nuevo hombre el que peca, sino el viejo.

Al identificarse a sí mismo como el nuevo hombre, Pablo dijo: "Estoy de acuerdo con la ley" (Rom. 7: 16), negándose a excusar la carne de sus caminos pecaminosos. En Rom. 7: 22 dice además, "me deleito en la ley de Dios con el hombre interior". El problema, dice, es que el viejo hombre de carne había hecho la guerra contra su hombre espiritual interno. Él había sido hecho prisionero de guerra por su hombre carnal, pero entonces él se regocija al saber que Cristo lo ha liberado de la prisión. Pablo concluye su discusión en Rom. 7: 25,

25 ... Así que, por un lado, yo mismo con mi mente [espiritual] sirvo a la ley de Dios, pero por otro, con [la mente de] la carne a la ley del pecado.

Pablo deja claro que la Ley de Dios no es el problema, ya que sólo refleja la naturaleza de Dios. Define lo que queremos llegar a ser cuando el viejo hombre esté totalmente muerto y nuestro nuevo hombre sea totalmente liberado de la prisión. El problema no es la Ley sino el Antiguo Pacto, porque el viejo hombre no puede mantener su voto de obediencia.

Uno puede llegar a ser un hijo de Dios sólo a través del Nuevo Pacto, que es por la promesa de Dios. Esa promesa comienza a obrar en nosotros cuando somos engendrados por nuestro Padre celestial a través de la fe en su Palabra viva. Después que somos engendrados, nuestro nuevo hombre espiritual es dirigido por el Espíritu Santo, de acuerdo con la Ley que expresa la naturaleza de Dios. El hombre espiritual es ya justo; no puede pecar, porque la simiente de Dios permanece en él.

Si nos identificamos con ese hombre de la Nueva Creación, entonces podemos saber que somos salvos a pesar de lo que haga el viejo hombre. Ya no esperaremos que el viejo hombre sea perfeccionado antes de tener certeza de la salvación. Juan escribió estas cosas "para que sepáis que tenéis vida eterna" (1ª Juan 5: 13).


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